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ANÁLISIS. El vaso medio lleno: un verano llovedor…

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ANÁLISIS. El vaso medio lleno: un verano llovedor…

Avanza la primavera, ya que este enero – si bien con temperaturas altas – es lo más parecido a un octubre promedio, con lluvias que se suceden una tras otra casi que diariamente. La dinámica se va pareciendo a la de cualquier país tropical: temperatura (y humedad) en ascenso durante el día, cargando el ambiente de agua hasta que llegada la tardecita, se desploma el cielo con un buen chaparrón. Los ganaderos de parabienes, pese a que las majadas puedan sufrir las condiciones de tanta agua, con el pasto – y los gusanos y otros parásitos – explotando después de cada agua.

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Los cultivos agrícolas, si bien no son pasturas, también se alinean entre las plantas, las que necesitan agua para cumplir con su ciclo vital, a través de la fotosíntesis. Entonces, en el período caracterizado por la falta estacional de agua, los campos (y las chacras) explotan, multiplicando ciclos en el mismo período – cosa común en Brasil y Paraguay con sus respectivas safrinhas – lo cual resulta, por lo menos, esporádico para Uruguay. En resumen, desde el lado de la botánica, la físico-química, la edafología y demás disciplinas incluídas en éstas, estamos ante un período con pocos antecedentes tan buenos en cuanto a la caída y acumulación de agua disponible para los cultivos.

Entonces, siempre que se controlen los ataques de plagas, malezas y hongos (que también toman agua) y se consiga mantener las buenas condiciones sanitarias, se podría tender a pensar que se está en el camino de obtener buenos rindes, si bien todavía queda camino por recorrer y nunca puede cantarse victoria antes de tiempo (las cosechas se cuentan en los galpones).

De ser así, se habrá llegado al primer objetivo de cualquier empresa agrícola, que es maximizar la producción, sea produciendo lo mismo usando menor cantidad de insumos o – mejor aún – producir más, usando lo mismo, o incluso menos. Claro que el último escenario (más producción, menos uso de insumos) representaría el mundo ideal de cualquier empresa, porque implicaría menores gastos y mayores ingresos; a priori: mayor rentabilidad operativa. El asunto es que el productor agrícola, desde la perspectiva en la que se mueve, es responsable solamente por una parte y sobre la que puede hacer fuerza: los kilos producidos.

Independientemente de ley de mercado, oferta y demanda mundial e inventarios, al productor puede irle mejor o peor de un año a otro, pero siempre tendrá la capacidad de responder con kilos de producto. Ésa es su “moneda de cambio”, aquello frente a lo cual logrará ponerle precio a los bienes y servicios que deba adquirir en el mercado. De esta forma, el hecho de medir sus ingresos, sus costos y, en definitiva su rentabilidad, irá emparentado con los términos relativos en los que el productor negocia. Un ejemplo de esto es la situación actual del mercado internacional en donde las enormes cosechas obtenidas, son el reflejo de aumentos de áreas – y de rindes – tras años magros, en los que el efecto escasez se hizo sentir y – vía racionamiento de precios – el mercado liberó terreno para que el productor sembrara. En otras palabras: los precios subieron y el productor quiso aprovechar la suba, lanzándose a sembrar todo lo que pudo. Claro que esto, al final, tuvo su lado negativo produciendo las bajas sostenidas de precios debido a la inundación de sobre producción, muy difícil de absorber por los compradores.

El productor, en todo el mundo, ha demostrado siempre que cada vez que el mercado le da señales, él arriesga, apuesta y se la juega a que lo mejor pueda ocurrir. Un histórico dirigente del futbol uruguayo se autodefinía como “biológicamente optimista” cuando le preguntaban sobre el futuro y es lo que el productor agropecuario demuestra una y otra vez, con buenos precios o sin ellos, pero siempre buscando la mejor forma de aprovechar las herramientas con las que cuenta.

En definitiva, en un año difícil para los precios nominales, siempre son buenas las señales de producir más, sobretodo cuando se cuenta con un plan de acción y una estrategia que no se vea opacada porque los precios de la pizarra, coyunturalmente, no acompañen.

Como ejemplo paralelo, hablando en el plano cambiario, a un país no lo hace más competitivo un tipo de cambio nominal más alto per se, sino el tipo de cambio real (descontando la inflación, que no es otra cosa que el aumento de costos y considerando precios relativos locales e internacionales), estar pendiente de la pizarra del mercado de cambios solamente puede emparejar las cuentas de forma efímera, tapando ineficiencias que no se bajarían de otra forma. En el plano familiar, si una familia gana el doble, pero también gasta el doble (por mala administración o aumento de costos o por el factor que fuere), la mejora en los ingresos no tiene cómo volcarse a mejorar su calidad de vida. Si los ingresos, eventualmente, bajasen pero esto implicase una baja de gastos innecesarios, quizás incluso con este panorama, podría pasarse a una situación más holgada. Siempre los momentos de crisis son buenos para hacer análisis de gastos, contrataciones o compras, de forma de gastar mejor, definiendo y exigiéndole a cada gasto su margen de retorno para que la inversión valga la pena.

Lo mismo en el caso de la empresa agrícola, para un año en donde los ingresos son menores por unidad vendida, es buena cosa apostar a producir más, gastando mejor, lo que significa gastar lo necesario, sabiendo cuánto más voy a producir con ese gasto adicional. Esto es posible, con un plan claro de funcionamiento y considerando escenarios buenos, regulares y malos, pero sobretodo habiendo definido de antemano cómo prepararse y qué hacer cuando ellos se presenten. Todo lo que quiera mejorarse, debe ser medible y los números hablan.

Con un verano llovedor, y bajo condiciones sanitarias bajo control, este puede ser un año de meter muchos kilos (si bien a precios menores por unidad) y empezar a trabajar más sobre los costos. Mejorar entonces, la diferencia entre uno y otro, buscando así mejorar el margen, lo que no es otra cosa que dedicarse, además de a la gestión productiva, a mejorar la administración financiera.

Cada decisión – la que sea – implica un costo. Ya sea producir otro cultivo, o comprar otro tipo de insumo o a otro proveedor, o que haya diferencias en calidad, financiamiento, atención al cliente, asesoramiento agronómico o de mercado, etc. Lo peor que puede suceder no es carecer de un plan estratégico, sino no asumir el costo que representa no contar con él.

Fuente: FIMIX agrofinanzas