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“Para igualar un desayuno habría que comer una tonelada de carne”, la mirada de Chávez sobre el uso de hormonas en carne

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“Para igualar un desayuno habría que comer una tonelada de carne”, la mirada de Chávez sobre el uso de hormonas en carne

En un escenario global marcado por una menor oferta de carne bovina y una demanda internacional sostenida, la eficiencia productiva vuelve a ocupar el centro del debate ganadero. De cara a 2026, Paraguay y el Mercosur enfrentarán un contexto desafiante: menos hacienda disponible, costos en alza y mercados que exigen volumen, regularidad y competitividad.

En ese marco, la discusión sobre el uso de promotores de crecimiento, largamente postergada en Sudamérica, reaparece con fuerza, impulsada por las recientes declaraciones de Miguel De Achaval y profundizada desde una mirada técnica por Samuel Chávez, director de Alfa Nutrición Animal.

Lejos de plantearlo como una discusión ideológica o moral, Chávez propone devolver el debate a su eje original: la ciencia. “Este es un debate que quedó atrapado en lo moral, cuando en realidad debería haberse sostenido siempre en el ámbito técnico. Se habla de presencia, pero no de dosis, frecuencia ni riesgo real”, señaló en diálogo con Valor Agregado.

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Uno de los principales argumentos que sostiene Chávez es la confusión conceptual entre la presencia de una sustancia y su potencial riesgo para la salud humana. “En toxicología y endocrinología, presencia no significa riesgo. El riesgo depende de la dosis, la frecuencia y el contexto, y eso es lo que nunca se discute”, explicó.

Para graficarlo, el Director de Alfa Nutrición Animal recurrió a un paralelismo contundente con los alimentos de consumo diario. Según detalló, la actividad estrogénica se mide en equivalentes de estradiol. La carne producida sin promotores presenta entre 1 y 1,2 nanogramos por kilo, mientras que la carne proveniente de sistemas con promotores se ubica entre 2 y 3 nanogramos por kilo. “Ahora bien, si uno compara eso con alimentos de la canasta básica como huevo, repollo o aceites vegetales, estamos hablando de cientos de miles de nanogramos por kilo”, planteó Chávez.

La comparación lleva a una conclusión contundente: “Para igualar la actividad estrogénica de un desayuno común, una persona debería consumir entre 500 y 1.000 kilos de carne por día. Y si sumamos que el propio cuerpo humano produce un equivalente estrogénico similar a consumir 2.000 kilos de carne por día, el aporte de la carne es infinitamente irrelevante”.

Un bloqueo político más que sanitario

Desde la visión de Chávez, la prohibición del uso de promotores de crecimiento en la región no responde a fundamentos sanitarios sólidos, sino a decisiones políticas y comerciales heredadas, principalmente de Europa. “Si el problema fuera sanitario, deberían prohibirse también muchísimos alimentos que consumimos todos los días. Pero eso no ocurre. Entonces queda claro que la discusión no es sanitaria, es ideológica”, afirmó.

En ese sentido, retomó uno de los ejemplos mencionados por De Achaval: el caso de Chile. “Chile no permite el uso de promotores de crecimiento, pero importa carne de Estados Unidos, producida bajo esos sistemas. Es una contradicción evidente”, sostuvo.

Para Chávez, Sudamérica cometió un error estratégico al aceptar no sólo las condiciones comerciales de Europa, sino también su argumento técnico. “Una cosa es aceptar un acuerdo comercial, y otra muy distinta es aceptar su narrativa como verdad científica. Ahí es donde nos atamos una mano”, enfatizó.

Eficiencia productiva: más carne con los mismos recursos

Más allá del debate conceptual, el impacto productivo es uno de los puntos centrales del planteo. Chávez recordó que el NRC, considerado la “biblia” de la nutrición animal, dedica un capítulo completo al uso de promotores de crecimiento, respaldado por más de 80 años de investigación y más de 30 protocolos distintos.

“Los trabajos muestran mejoras de hasta 20% en la eficiencia de conversión y aumentos de hasta 15% en la ganancia diaria de peso”, detalló. En términos prácticos, esto implica que con la misma cantidad de alimento un productor podría terminar 12.000 animales en lugar de 10.000, sin comprar un kilo más de maíz. “La ganancia diaria promedio puede pasar de 1,3 o 1,4 kilos a 1,7 u 1,8 kilos, con menos comida”, explicó.

El impacto se replica a lo largo de toda la cadena: más carne magra producida, mayor disponibilidad de carcasa para la industria frigorífica y mejores márgenes para el productor. “No aumenta la grasa, aumenta la masa muscular, que es justamente lo que hoy demandan muchos mercados”, subrayó.

Calidad, mercados y caminos diferenciados

Otro de los puntos clave es la necesidad de pensar sistemas productivos diferenciados. “Que un mercado no acepte este tipo de producción no significa que toda nuestra carne tenga que producirse de la misma manera”, sostuvo Chávez.

En ese sentido, propuso avanzar en esquemas piloto, confinamientos bajo control sanitario estricto y sistemas auditados, incluso con participación de Senacsa y Fundassa.

“La discusión debería ser regional y técnica. Tenemos que construir nuestra propia autoridad científica y dejar de mezclar argumentos técnicos con decisiones comerciales”, concluyó.